Baja autoestima en la era digital
TIK TOK, INSTAGRAM Y TANTAS OTRAS. El uso de redes sociales se ha expandido en los últimos años, integrándose a la rutina diaria de todos, principalmente en los más jóvenes.
Un gran dilema para los padres es el desconocimiento frente a los peligros existentes en cuanto al acceso a estos espacios.
Si bien estas plataformas se han internalizado como una forma de interactuar con otros, también puede producir un impacto negativo en aquellos que no reciban el acompañamiento adecuado. Ya sea por falta de interés o desconocimiento de los tutores cercanos.
Un estudio reciente publicado en el Journal of Eating Disorders, llevado a cabo por Fardouly encontró una correlación entre el uso prolongado de las redes sociales y la aparición de trastornos alimenticios en adolescentes. El estudio mostró que aquellos adolescentes que pasaban más de dos horas al día en las redes sociales tenían un mayor riesgo de desarrollar trastornos tales como la anorexia, la bulimia y el trastorno por atracón.
La búsqueda y construcción de la identidad se encuentra influenciada por la presión social y estándares de belleza poco realistas, promovidos por las redes sociales que pueden condicionar las expresiones espontáneas por temor al rechazo. Incluso la comparación y falta de likes o seguidores puede ser vivenciado como una percepción negativa en cuanto a la propia corporalidad. La presión por el pertenecer puede manifestarse a través de una obsesión con el peso y la comida.
Desde las neurociencias, la dismorfia corporal puede entenderse como una disfunción en la percepción de la imagen que se relaciona con procesos neurológicos complejos. Algunos estudios sugieren que esta afección se debe a un desequilibrio en la actividad de ciertas regiones del cerebro, como la corteza prefrontal, la ínsula y la amígdala.
Estas regiones están involucradas en procesos de atención, emociones y percepción sensorial, lo que indica que la dismorfia podría ser una condición multifactorial. En algunos casos, también se ha relacionado con factores genéticos y ambientales, así como con experiencias traumáticas o de rechazo social.
Tomando en este caso a las redes sociales como un factor ambiental, el problema no es la inclusión tecnológica, sino la falta de psicoeducación en la implementación de los nuevos espacios: principalmente en poblaciones mayormente vulnerables.
Los familiares y adultos ocupan un rol central en el acompañamiento responsable y consciente, incluso los educadores: desde la inclusión del pensamiento crítico en el forzamiento de la imagen corporal positiva y resistencia frente a la presión social de estándares idealizados.
Según Cash y Smolak, la aparición de trastornos alimenticios en los adolescentes también puede estar relacionados con otros factores como la baja autoestima, la ansiedad y la depresión. Estos problemas pueden ser exacerbados por el uso de las redes sociales, ya que los jóvenes pueden sentirse aislados o inadecuados en comparación con sus amigos virtuales.
Aquellos que promovemos que se incorporen temáticas asociadas a la inclusión saludable de nuevas tecnologías, nunca nos cansaremos de ser críticos frente a los avances estrepitosos de las redes sociales.
Son los jóvenes los que hoy requieren ser capacitados en material de salud mental y plataformas. Ello dará lugar a futuras generaciones con mayor empatía y predisposición a la aceptación de la diversidad: dentro y fuera de los espacios digitales. Asimismo, es clave un acercamiento desde la psicología que no solo contemple una aproximación clínica tradicional, sino una intervención y análisis desde la neurociencia; la comprensión de las injerencias del sistema nervioso en la producción y regulación de emociones; y el abordaje integral de estas patologías en la búsqueda de tratamientos mayormente efectivos, no sólo desde lo fisiológico sino desde sus entramados psicológicos.